La Vida Transformada ⎯ Parte 10 – Cultivar la Hospitalidad

Posted bySpanish Editor November 22, 2025 Comments:0

(English Version “Pursue Hospitality”)

La segunda parte de Romanos 12:13 nos llama a “practicar la hospitalidad.” La palabra “hospitalidad” proviene de dos palabras que significan “amor” y “extranjeros”. Juntas, significan “mostrar amor a los extranjeros”. La palabra “practicar” se puede traducir mejor como “seguir con diligencia”. Al combinar estas dos palabras, obtenemos la idea de mostrar amor con diligencia a los extranjeros, un amor que se expresa frecuentemente atendiendo a sus necesidades y ofreciéndoles protección al abrirles las puertas de casa. Según Pablo, ese debería ser el estilo de vida del cristiano que está siendo transformado por el Espíritu para ser más como Cristo.

En las Escrituras encontramos varios ejemplos de esto. Abraham invitó a ángeles que se presentaron en forma humana a su tienda y les ofreció comida (Génesis 18:1-8). Lot hizo lo mismo (Génesis 19:1-11). Job, al defender su integridad ante sus amigos, dijo: “El forastero no pasa la noche afuera, porque al viajero he abierto mis puertas” (Job 31:32).

Como ves, la hospitalidad era un mandato divino en el Antiguo Testamento, cuando su pueblo se preparaba para entrar en la tierra prometida: “Mostrad, pues, amor al extranjero, porque vosotros fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto.” (Deuteronomio 10:19). ¿Por qué? Porque Dios mismo “muestra su amor al extranjero dándole pan y vestido.” (Deuteronomio 10:18).

Al llegar al Nuevo Testamento, vemos que los mandamientos de practicar la hospitalidad no han cambiado mucho. Debemos mostrar amor y cuidado a los extranjeros. De hecho, Dios lo toma tan en serio que, para ser pastor o anciano en la iglesia, una de las cualidades que se deben demostrar es la hospitalidad: “Un obispo debe ser… hospitalario” (1 Timoteo 3:2; también Tito 1:8). En otras palabras, ¡Dios quiere que esto comience desde arriba!

Incluso las viudas debían ser incluidas en la lista de apoyo solo si, entre otras cosas, demostraban hospitalidad, “que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos, si ha mostrado hospitalidad a extraños, si ha lavado los pies de los santos, si ha ayudado a los afligidos y si se ha consagrado a toda buena obra.” (1 Timoteo 5:10). El autor de Hebreos exhorta a todos los creyentes a practicar la hospitalidad incluso con los extranjeros con estas palabras: “No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.” (Hebreos 13:2).

En 1 Pedro 4:9, este mandato de practicar la hospitalidad se extiende no solo a los desconocidos, sino también a los creyentes conocidos: “Sed hospitalarios los unos para con los otros sin murmuraciones.” Especialmente en tiempos de Pedro, esto habría sido arriesgado. Con el aumento de la persecución, quienes abrían sus hogares a otros creyentes se exponían a peligros. Sin embargo, el mandato es practicar la hospitalidad, y, además, “sin murmuraciones.” Nada de quejas ni murmuraciones al demostrar hospitalidad.

Una madre recibió la visita de algunas personas y, a la hora de la oración antes de comer, le pidió a su hija pequeña que orara. Al ver que la niña dudaba, le dijo: “No seas tímida. Ora como yo oré hoy a la hora del almuerzo”. La niña enseguida oró: “Señor, ¿por qué tienen que venir estas personas hoy?”

Los niños aprenden rápido, ¿verdad? ¡Dios desea que seamos hospitalarios y tengamos un espíritu alegre!

En resumen: la hospitalidad no es un don reservado a algunos cristianos. Es un mandato que todos los cristianos deben practicar activamente durante toda su vida. El Nuevo Testamento deja muy claro que quienes profesan seguir a Cristo deben ser hospitalarios constantemente. La iglesia primitiva se lo tomó muy en serio. A finales del primer siglo, era común que los creyentes abrieran sus hogares a misioneros itinerantes y apoyaran su labor. El apóstol Juan, al elogiar a los creyentes a quienes escribió, dice: “5Amado, estás obrando fielmente en lo que haces por los hermanos, y sobre todo cuando se trata de extraños; 6pues ellos dan testimonio de tu amor ante la iglesia. Harás bien en ayudarles a proseguir su viaje de una manera digna de Dios. 7Pues ellos salieron por amor al Nombre, no aceptando nada de los gentiles. 8Por tanto, debemos acoger a tales hombres, para que seamos colaboradores en pro de la verdad.” (3 Juan 1:5-8).

Ahora bien, existe un peligro en lo que respecta a la hospitalidad. No debemos caer en la tentación de abrir nuestras casas a cualquiera. La Biblia claramente nos exhorta a ser prudentes con ciertas personas. Pienso en dos tipos. El primero serían los falsos maestros (2 Juan 1:7-11; Tito 3:10-11; 2 Timoteo 3:5) y el segundo, los creyentes profesantes que se resisten al arrepentimiento (1 Corintios 5:11). Por lo tanto, mientras que debemos poner en práctica este mandamiento de hospitalidad, también debemos ejercer discernimiento de acuerdo con estos mandamientos bíblicos.

Tras haber visto un breve resumen de lo que dice la Biblia sobre el tema de la hospitalidad, veamos cómo podemos aplicar prácticamente este mandamiento analizando dos aspectos:

1. ¿Por qué muchos cristianos no son muy hospitalarios? y

2. ¿Cómo pueden los cristianos ser más hospitalarios?

¿Por qué muchos cristianos no son muy hospitalarios?

Aquí tienes cinco razones.

  1. Familia dividida. En estos casos, haz lo que puedas fuera de casa. Pídele a Dios que te muestre cómo puedes ser una bendición sin tenerlos en casa. Reúnete con ellos en una cafetería y averigua cómo puedes ayudarlos. Visítalos cuando sea posible y atiende sus necesidades.
  2. Miedo. Algunas personas, por naturaleza, temen tener visitas en casa. Ya sea por miedo o por timidez, son introvertidas por naturaleza. Si eres una de ellas, busca la ayuda de Dios para superar estos problemas. Una vez que te relaciones con la gente y logres que te abran su corazón, será una experiencia maravillosa al mostrarles el amor de Cristo.
  3. Orgullo. Algunos se preocupan tanto por el aspecto de sus casas y por cómo los percibirán las visitas, que rara vez reciben visitas. El problema no es el tamaño de la casa, aunque a menudo se use como excusa. La verdadera razón es el orgullo. Hay demasiada preocupación por cómo me percibirán los demás según el tamaño o la apariencia de mi hogar. Ese es el problema.

Existe una diferencia entre entretener y ser hospitalario. El orgullo busca entretener, la humildad busca ser hospitalario. La siguiente distinción entre “hospitalidad” y “entretener” fue realizada por Karen Mains en su libro “Open Heart, Open Home” (Elgin, Ill.: Cook, 1976):

El arte de entretener dice: “Quiero impresionarte con mi casa, mi decoración ingeniosa, mi cocina”. La hospitalidad, que busca servir, dice: “Este hogar es un regalo de mi Maestro. Lo uso según su voluntad”. La hospitalidad tiene como objetivo servir.

Recibir visitas implica anteponer las cosas a las personas. “En cuanto termine la casa, de decorar la sala y de limpiar la casa, empezaré a invitar gente”. La hospitalidad, en cambio, prioriza a las personas. “Sin muebles, comeremos en el suelo”. “Puede que la decoración nunca esté terminada, pero ven igual”. “La casa está hecha un desastre, pero ustedes son amigos, vengan a casa con nosotros.”

El entretenimiento declara sutilmente: “Esta casa es mía, una expresión de mi personalidad. Miren, por favor, y admiren”. La hospitalidad susurra: “Lo que es mío es tuyo”.

  1. Prejuicio. “Solo invitaré a los de mi clase”. Esa es otra razón común. En el fondo, existe una actitud racista. La Biblia la condena. Lee Deuteronomio 10:18-20. El temor del Señor debe impulsarnos a amar y acoger al extranjero. Dios aborrece el racismo, y nosotros también debemos luchar contra la tentación de ceder ante ese tipo de pensamiento. ¡Debemos amar, orar y hacer el bien incluso a nuestros enemigos!
  2. Pereza. Por último, pero no por ello menos importante, la pereza. Simplemente odiamos el trabajo que conlleva la hospitalidad. “Ya de por sí tengo una vida muy ajetreada en el trabajo. Necesito tiempo para relajarme y que no me molesten. Quizás la semana que viene, o el mes que viene,” y así sigue el tiempo. En el fondo, solo pensamos en nosotros mismos y en nuestras comodidades. No nos gusta que nos causen inconvenientes. Esa no es una forma de pensar cristiana. Incluso cuando estamos desanimados, olvidamos que Dios tiene una manera de brindar gran ánimo a nuestros corazones cuando dedicamos tiempo a animar a los demás.

Estoy seguro de que se podrían añadir muchos más. Pero estos son algunos de los más comunes que impiden a muchos creyentes practicar la hospitalidad con regularidad. Veamos la solución. ¿Cómo podemos ser más hospitalarios?

2. ¿Cómo pueden los cristianos ser más hospitalarios?

Aquí tienes cinco sugerencias.

1. No te compliques. A menudo cometemos el error de exagerar con la hospitalidad. Me refiero a que dedicamos demasiado tiempo y esfuerzo a invitar a alguien, lo cual puede cansar fácilmente a cualquiera. Como resultado, a veces evitamos invitar con más frecuencia. Mi sugerencia: no te compliques. Así, tendrás más oportunidades para invitar, y en realidad pasar tiempo con la gente y compartir sus cargas.

No caigas en el error de pensar: “No tenemos suficiente espacio. No soy muy buen cocinero. Se me da fatal socializar”. Da lo mejor de lo que tienes. ¡Se fiel con lo que se te ha dado! A veces, basta con un café y unas botanas. No tiene por qué ser nada elaborado. Lo importante es reunirse para animar a los demás. ¡Que sea sencillo!

2. Sé constante. A menudo, resulta difícil poner en práctica este mandato con constancia. Fíjate una meta razonable: invitar al menos a una familia cada dos semanas para animarla. No invites siempre a las mismas personas, pues esto te dejará poco tiempo para invitar a otras. Busca un equilibrio. Asegúrate de invitar a quienes se sienten solos o pertenecen a un estatus social inferior, siguiendo las palabras de Jesús en Lucas 14:13-14: “13Antes bien, cuando ofrezcas un banquete, llama a pobres, mancos, cojos, ciegos, 14y serás bienaventurado, ya que ellos no tienen para recompensarte; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos.”

3. Mantén el enfoque en Cristo. Si son creyentes, intenta animarlos en su vida espiritual. Dedica también tiempo a la oración. A menudo, se pierde mucho tiempo hablando de diversos temas y el único momento para orar es antes de las comidas. Intenta reservar unos minutos para orar. Será muy alentador. Asimismo, si no son creyentes, intenta hablarles de Cristo cuando Dios te brinde la oportunidad. Ora y pídele al Señor que te abra una puerta.

4. Sigue orando para que se presenten oportunidades. A diferencia de la iglesia primitiva, donde era peligroso permanecer en lugares públicos, ahora es mucho más seguro (al menos en la mayoría de los lugares). Por eso, a veces, puede resultarnos difícil encontrar personas, y mucho menos desconocidos a quienes invitar. Sigue orando y sigue buscando oportunidades. Haz amigos en lugares públicos, ya sea la escuela de tus hijos, tu vecindario o tu trabajo. E invítalos a tu casa. Al conversar, verás cómo se abren y comparten sus preocupaciones.

5. Sigue haciéndolo por fe. Al fin y al cabo, se necesita fe para obedecer los mandamientos de Dios. Cree que tu hospitalidad tiene consecuencias de gran alcance que no comprenderás ahora, sino más adelante.

Un estudiante del seminario conducía unos cincuenta kilómetros hasta la iglesia los domingos por la mañana y a menudo recogía a autoestopistas. Un día recogió a un joven que, al ver que llevaba traje, le preguntó si podía ir a la iglesia con él. El seminarista le respondió: “Por supuesto que puedes”.

El desconocido llegó a la iglesia. Después, una familia de la congregación lo invitó a su casa a almorzar y compartir un rato juntos. Allí, le dieron un baño caliente, ropa limpia y una comida caliente. Al conversar con el joven, sus anfitriones descubrieron que era cristiano, pero que se había alejado de la fe. Su hogar estaba en otro estado y solo estaba de paso de regreso. Más tarde, le compraron un boleto de autobús y lo despidieron en su camino.

Una semana después, el seminarista recibió una carta del autoestopista. Junto a la carta había un recorte de periódico con el titular: “Hombre se entrega por asesinato”. Este joven había matado a un adolescente en un intento de robo y llevaba tiempo prófugo de la justicia. Pero la bondad y la hospitalidad de los cristianos le habían dado convicción. Anhelaba tener comunión con Dios y sabía que debía enmendar su crimen.

Aquellos cristianos no imaginaban que, con su fidelidad al practicar la hospitalidad, habían influido en un hombre para que hiciera lo correcto ante los ojos de Dios y, de ese modo, lo ayudaran a reconciliarse con su Señor. Por eso, con fe, debemos esforzarnos por cumplir todos los mandamientos de Dios, incluido el de practicar la hospitalidad.

En definitiva, practicar la hospitalidad es un mandamiento fundamental. Tan importante que el mismo Jesús lo consideró una característica de la verdadera fe (Mateo 25:35-46). ¿Y cuál es la mejor motivación para ponerlo en práctica? Jesús derramó su sangre en la cruz y, así, abrió su hogar celestial a pecadores como nosotros. ¿Acaso no podemos abrir nuestros hogares a los demás en el nombre de Jesús? Después de todo, el cristianismo ha sido llamado “la religión de la mano generosa, el corazón abierto y la puerta abierta”. Que estas verdades se manifiesten en nuestras vidas mientras nos transformamos a la imagen de Cristo.

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